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- εHISTORIA CYBERPUNKπ
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- µ DESPERTARπ
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- Se despertó en un cuarto blanco, encima de una mesa blanca. Estaba
- desnudo, y le dolía la cabeza.
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- Lo último que recordaba era estar en la orilla de un lago helado, y
- como un individuo que creía amigo suyo le empujaba a un agujero en el hielo y
- le golpeaba la cabeza. Después, la oscuridad.
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- Se incorporó. Había una única puerta en aquella habitación tan extra-
- ña. Estaba cerrada. No había ventanas, y la luz parecía venir de todos los si-
- tios a la vez.
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- «¿Estaré muerto?», se preguntó.
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- Bajó de la mesa, que ahora se dió cuenta de que no era exactamente una
- mesa, sino una especie de cama para operaciones, y caminó por la estancia. Le
- dolía el cuerpo. Se examinó, pero no encontró ninguna lesión visible.
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- De repente, se abrió la puerta. Una mujer con bata de médico entró.
- Cuando le vió en pie, sonrió. Él se dió cuenta de que iba desnudo.
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- «Bien», pensó, «seguro que ya me ha visto antes. Ahora ya no puedo
- ocultar nada que ella no haya visto».
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- - Hola, Daniel. ¿Cómo estas?
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- Se sorprendió de la voz de ella. No la había esperado.
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- - Bien, supongo que bien.
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- Su voz sonó cascada, como si no hubiera hablado en mucho tiempo. Ella
- no dejó de sonreir en ningún momento.
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- - Creo que te estoy avergonzando. Espera y te traeré algo de ropa. Después,
- podrás hacerme todas las preguntas que quieras.
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- - Sí... gracias.
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- Una vez vestido con un camisón de enfermo de hospital, acompañó a aque-
- lla doctora a otra habitación, también blanca y con la misma extraña luz que
- en la anterior. Durante su trayecto por el pasillo no se cruzaron con nadie,
- y éste era tan raro como las habitaciones.
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- - Siéntate, Daniel.
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- Se sentó en la silla que le ofreció. Su tacto era cálido, como si tu-
- viera calefacción interna. La doctora le habló:
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- - Sé que tienes muchos interrogantes, e intentaré contestártelos todos. Pa-
- ra empezar, soy la doctora Laura Amador. Tu caso no es nada común, ¿sabes? Ve-
- rás, hace cuarenta años, te caíste a un lago helado...
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- - ¡¿Cuarenta años?! - gritó sorprendido Daniel -. No... no puede ser. ¡Me
- debe estar tomando el pelo!
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- - No te estoy mintiendo, Daniel. Hace cuarenta años. Nadie te encontró has-
- ta hace unos días, y decidimos que eras el caso perfecto para probar la técnica
- de resucitación de cuerpos congelados. Dió resultado, y aquí estás. La verdad,
- es que eres más viejo que la mayoría de los que trabajamos aquí. Ahora tendrías
- 62 años, pero tienes el cuerpo de apenas 21.
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- Daniel se quedó helado. Ello explicaría en cierto modo sus últimos re-
- cuerdos, su situación, el extraño mundo que le rodeaba...
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- - Tendrás tiempo para verlo todo, Daniel. Eres joven. Te acostumbrarás a
- este mundo fácilmente.
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- - Pero... mi familia... mis amigos...
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- La doctora Laura agachó la cabeza.
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- - Lo siento, pero te dieron por desaparecido, y tus padres murieron hace
- quince años. Lo siento de verdad.
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- Daniel no podía ni hablar.
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- - Pero, sin embargo - siguió diciendo la doctora -, hay un médico que dijo
- reconocerte. Dijo que te conocía como a un hermano, y que fue tu compañero de
- correrías durante tu infancia. Después de tu chequeo médico habitual, lo verás.
- Pero ahora lo primero es lo primero.
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- - ¿Habitual?
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- - Lo llevamos haciendo desde que te reanimamos. A veces, en tu caso es po-
- sible que ocurran imprevistos: falta de riego sanguíneo, deterioro de venas y
- posibles derrames, y cosas así.
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- Daniel siguió a la doctora de nuevo al cuarto inicial. Allí lo sometió
- a un escrupuloso chequeo, utilizando aparatos que no había visto en su vida.
- Cuando terminó, la doctora dijo:
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- - Y ahora te dejo. De aquí cinco minutos más o menos vendrá este médico que
- dice conocerte. Tenía muchas ganas de que despertaras para poder hablar conti-
- go.
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- - Eh... lo espero, entonces.
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- La doctora Laura salió, cerrando la puerta tras ella. Él se quedó pen-
- sando. ¿Quién podría ser? No se acordaba de las caras de la mayoría de la gen-
- te que había conocido. ¿Efectos secundarios del congelamiento?
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- Al momento, la puerta se volvió a abrir, y entró un hombre mayor, con
- el pelo cano y ojos oscuros, que le sonrió con la sonrisa que sólo se le hace
- a conocidos y amigos.
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- - ¡Daniel! ¿No me reconoces?
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- Daniel se quedó mirando su cara. Sí, era muy familiar, pero no lograba
- encajarla con ningún nombre. ¿Quién era?
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- - ¡Dios mío, cuanto tiempo! ¿Cómo estas? ¿Me reconoces o no?
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- No encontraba la conexión cara-nombre, y eso le molestaba. Sin embargo,
- aquella cara le recordaba un suceso...
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- - Tenía que venir a verte. ¿Sabes? Ahora tenemos de todo, en este tiempo
- que a tí te parecerá tan extraño y avanzado. Tenemos vehículos volantes, compu-
- tadoras que piensan por sí solas y se autoprograman, avances tecnológicos enor-
- mes...
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- Era una cara familiar...
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- - Comida más abundante, con más calidad, ...
-
- ...demasiado familiar...
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- - Casas inteligentes...
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- ... situada en las montañas...
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- - Los criminales son más sofisticados...
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- ... en un lago...
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- - Venenos indetectables...
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- ... helado...
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- - Por cierto, por tu cara veo que me has reconocido ya, ¿no?
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- Daniel lo miró pasmado. Aquél era su asesino, el que había intentado
- matarle aquella vez.
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- - Si, y cuando te trajeron y te reanimaron vi que aquella vez fallé. Y aho-
- ra soy un médico respetable. Esto, si se supiera, sería una mancha en mi his-
- torial. Y claro, los casos como el tuyo son tan inestables... Estan sujetos a
- tantos peligros y efectos secundarios...
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- Daniel vio que sacaba un aparato del bolsillo, que antes observó en ma-
- nos de la doctora Laura, y servía para inyectar líquidos.
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- - Y como te decía, hay unos ciertos venenos indetectables que producen
- fectos tan parecidos a los infartos naturales... pero tranquilo, te duermes
- antes de que te llegue el dolor...
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- Daniel sintió entonces cómo le inyectaba aquello antes de poder reac-
- cionar. Mientras se iba sumiendo en un sopor insoportable, supo que no volve-
- ría a resucitar...
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- ∞ Líyak el Oscuroπ
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